viernes, 14 de noviembre de 2008

Revista "Los Inrockuptibles", por Juan José Becerra



Juan y la loca por la milonga, de Walter Motto, es la historia de un dibujante que a través de una secuencia de ilustraciones estimuladas por la misma idea -la de fijar lo móvil como lo femenino se fija en la Gradiva-, intenta darle forma a la mujer. No es un copista del mundo natural, ni un epígono ebrio del arte figurativo, sino un hombre desquiciado por el ideal de traducir la mujer a algún lenguaje que la resuma.
Pero el dibujo, la palabra o la lógica, son sistemas que no la representan, y es sólo la experiencia personal del amante -su dolor físico, la impotencia de su saber esclavizado por la histeria de la amada- aquello que lo acerca a un umbral de conocimiento que es, a mismo tiempo, el umbral de la locura. Como si en el fondo cualquier ilustración (o cualquier concepto) de aquello que llaman lo femenino terminara en El origen del mundo, de Courbet (el fragmento de un cuerpo con un agujero negro), Juan escribe y dibuja El libro de las mujeres que desaparece como fracaso de su vehemente deseo de interpretación y del lazo retorcido que lo une a su pareja.
Entre un hombre y una mujer, entre la amada y el amante, no debe haber nada. Esa es la certeza que invade a la Loca en una crisis de celos y revelaciones, un mandato destructivo que la obliga a deshacer el libro todavía inconcluso de Juan, quien despojado de su obra -de su corpus- va de una oficina policial a un pabellón psiquiátrico, para entregarse casi literalmente a la naturaleza y que lo parta un rayo. Motto narra su novela en un estilo de dispersión inherente a su héroe, en fragmentos epigramáticos o salmos que construyen la abundancia de su sentido y la irrigación incesante de sus pistas falsas. El sueño y la vigilia, las drogas y el alcohol como espacios de tránsito de la identidad extraviada, son los planos en los que las historias se desplazan a sus anchas y se filtran entre sí como napas tóxicas de un lenguaje que se arraiga en Sigmund Freud, cierta cadena surrealista, la barra brava de Boca Juniors y un tono argentino que lo impregna todo. “No sé”, comienza la novela de Walter Motto, y ese principio de ignorancia es una propuesta de incredulidad que el narrador traslada a su historia como un arma de doble filo.
¿Qué idioma puede decir de sí mismo, y de aquello que observa, algo que lo diga todo? En Juan y la loca por la milonga, la duda es la condición del relato y de la historia. No saber es, en realidad, saber algo acerca de los bueyes con que ara la literatura, y esa divisa de tener a la duda por certeza es lo que le da a la novela -ya no como objeto particular, sino como género- su toque de distinción.

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